2004
Introducción
La religión ha tenido y sigue teniendo una importante influencia en la creación y reproducción de las representaciones sociales sobre la concepción del mundo, entendiendo a éste como la realidad socialmente construida, resultado de las diferentes relaciones establecidas entre los actores que operan dentro de ella.
Históricamente, la religión ha ocupado una posición de poder dentro de la estructura social, actuando conjuntamente con las elites políticas, económicas y militares, dando lugar a determinados sistemas sociales y dictando los respectivos lugares a ocupar por los géneros.
En este estudio, pretendo hacer un análisis histórico para desentrañar las diversas estrategias que la Iglesia Católica ha utilizado para demarcar el rol femenino, partiendo de sus creencias y supuestos sobre el mismo. Se trata de deconstruir teóricamente las ideas, conceptos y representaciones que subyacen a los mandatos religiosos que tienen como objeto y objetivo a las mujeres.
Considero el tema de la religión de manera sustantiva, ya que su pretensión de Verdad establece sistemas de pensamiento y acciones que en su mayoría no son puestas bajo cuestionamientos, lo que fácilmente origina naturalizaciones y reificaciones de sus preceptos. La religión, como resultado de la actividad humana, es una construcción social, y como tal, va sufriendo transformaciones a lo largo de la historia, aunque su particular posición como guardián de lo verdadero y lo eternamente dado, la dejan fuera del campo de las discusiones. Su estructura y cúmulo de conocimientos no admiten la verificación o falsación de sus teorías y disposiciones, lo que da como resultado una visión estática y sesgada del mundo, corriéndose el peligro de institucionalizar prejuicios y juicios erróneos como cualidades inherentes al objeto en cuestión.
Haré en primer lugar una exploración a grandes rasgos de los primeros modelos religiosos y cómo éstos van configurando el rol de la mujer, según las necesidades que se suscitan en la esfera social.
En un segundo momento, indagaré las características atribuidas a la mujer por la religión cristiana, sus consecuencias y efectos y las formas en que estas asignaciones se materializan en el hacer / no hacer de aquella.
El tercer paso, está destinado a examinar las relaciones entre la religión y los modelos socio-políticos y económicos, focalizando sobre las necesidades para crear y modelar el papel de la mujer dentro de la sociedad.
La entrevista, material sobre el que trabajaré varios de los temas anteriormente mencionados, ha sido realizada a una trabajadora de Cáritas en Móstoles, que tanto por su pertenencia a la Institución, como por sus creencias religiosas, se encuentra íntimamente ligada al tema que quiero desarrollar. Maricarmen, de 56 años de edad, se encarga de visitar a quienes solicitan la ayuda de esta entidad y luego, hacer entrega de los alimentos y ropa a sus destinatarios directos. En sus respuestas, trataré de rastrear las marcas del discurso que la Iglesia ha construido alrededor de los sexos y las implicaciones que de ellas se derivan en la vida material de las mujeres de las sociedades así llamadas cristianas.
Quiero aclarar que sólo he consignado algunas partes del total de la entrevista, aquellas que merecen, desde la óptica que pretendo desarrollar, un especial enfoque. Por supuesto, este recorte no es objetivo ni neutral, como algunos postulados denominados científicos tratan de sostener. El elegir unas preguntas y descartar otras, la predominancia de ciertos temas sobre otros, ya está hablándonos de una toma de posición y de un lugar desde el cual serán efectuados los análisis.
El objetivo final de este trabajo es poder desentrañar las complejas relaciones que se entretejen entre la religión, la sociedad y la creación de los géneros para poder, en futuras investigaciones, seguir profundizando en la temática y adoptar acciones que acompañen a las mujeres en su lucha por la conquista de la igualdad.
Entrevista
– ¿Cómo considera la situación actual de la mujer en España?
Ehh, por donde empezar… creo que es una discusión larga que nos llevaría un buen tiempo, pero me parece que las mujeres han ganado mucho terreno en general en estos últimos tiempos, más que nada, desde que terminó la dictadura. Antes, la mujer española era muy tradicional y pegada a la familia, ahora trabaja y se gana la vida sola, y a veces, mantiene a su familia entera. Las mujeres van a la universidad y hasta creo que son más que los hombres, y están en la política y en las empresas. Bueno, este avance no se produjo solamente en España, pero me parece que aquí la situación es buena para las mujeres. Ahora se habla mucho de la violencia de género y todo eso, y me parece muy mal que estas cosas pasen, pero también antes pasaban y no se decía. Y como ya te he dicho, tampoco podían hacer lo que están haciendo. Ha mejorado bastante.
– ¿Qué relevancia cree que tiene la religión hoy en día para las mujeres?
Las mujeres son religiosas, y más que los hombres. Yo lo veo casi todos los días aquí. Ellas se acercan más que los hombres, aunque vengan nada más que a pedir los alimentos que nosotras nos encargamos de repartir. Y también son las que casi siempre dan el primer paso para hacer el curso prematrimonial. Para nosotras, la relación con Dios y Jesús es muy importante. Se trata de tener fe y las mujeres la tienen.
– ¿Ha habido cambios respecto a décadas anteriores?
¿Seguimos con lo de la religiosidad de las mujeres? Si, casi todo en nuestro país tuvo muchos cambios. Las mujeres y los hombres cambiaron y… sí, la gente es menos religiosa ahora, y las mujeres, claro, también. Ahora la gente solo piensa en el bienestar económico y deja un poco de lado a Dios y, sin embargo, se acuerdan cuando hay un problema. Hay mucho materialismo. Muchas prefieren seguir solteras hasta después de los treinta y otras se van a vivir en pareja, pero todavía hay muchas que quieren casarse por iglesia. Pero desde que la mujer está más metida en sus propias cosas, se ha ido alejando de Jesús un poco. Yo pienso que hay que recuperar la fe en Dios y volver a los valores tradicionales de la familia y el matrimonio como los católicos lo entendemos, porque no se trata solamente de tener cosas materiales.
– ¿Cómo son vistos estos cambios desde la Iglesia?
La Iglesia no vive en un mundo distinto del resto, se ha dado cuenta de los cambios de estos últimos tiempos. El Papa que ahora tenemos ha hecho mucho por todos. Para la Iglesia es necesario que la gente vuelva a tener fe y a vivir de acuerdo al cristianismo, y hacemos todo lo que está en nuestras manos para eso. Nosotras no predicamos, no le hablamos a la gente de Cristo. Nosotras ayudamos a todos y así les mostramos como se vive católicamente.
– ¿Con que cambios acuerda la Iglesia y con cuales no? ¿Usted los comparte?
Para la Iglesia, y para mi también, los cambios de costumbres relacionados con el sexo y la familia y con el matrimonio, nos causan bastante… como decirlo, sorpresa de alguna manera. El hombre debe estar con una mujer y formar una familia para tener hijos. ¿Te imaginas que a todos se les ocurra no tener hijos? La humanidad depende de la familia. Y la Iglesia enseña como el amor entre una pareja se fortalece con el matrimonio cristiano para tener hijos que crezcan con la misma educación.
– ¿Cómo considera que afectan a la sociedad los nuevos modelos de familia?
Pues es lo que estaba diciéndote. Que no es bueno que la gente no quiera tener hijos o no quiera casarse… Que los pisos están muy caros o que hay que hacer carrera en una empresa. Quieren todo ya y se olvidan que no todo es tan fácil y que hay veces que hay que sacrificarse para tener otras satisfacciones a cambio. Tener un hijo no es tarea sencilla, pero trae felicidad a los padres.
-¿Qué rol le parece que es el mas adecuado para la mujer? ¿Acuerda con tal diferenciación de roles? ¿Por qué?
Las mujeres no somos menos que los hombres, y eso lo vemos en la televisión, que hay mujeres aquí, que hay mujeres allí. Pero la mujer es madre y solo ella sabe lo que es llevar un hijo durante nueve meses. Y por eso mismo tiene más sentido para cuidar de la familia. Las mujeres saben bien que es lo que pasa en la casa y aunque no trabajen fuera, la sacan adelante. Pero los hombres… los hombres no tienen tanto sentido como las mujeres para cuidad de los hijos o de la casa. Aunque ahora los hombres jóvenes ayuden en las tareas domésticas, no creo que todos lo hagan como una mujer. Además, las mujeres no pueden hacer todas las cosas que hacen los hombres. Esos trabajos en la construcción, por ejemplo, no son para las mujeres, porque los hombres son más fuertes físicamente. Muchas cosas han cambiado, pero seguramente otras no lo harán.
– ¿Que lugar tienen las mujeres dentro de la Iglesia? ¿Usted introduciría algún cambio?
Las mujeres tenemos muchos papeles importantes en la Iglesia. Somos el contacto con la gente, nos acercamos a la gente. Las monjas en las escuelas y las iglesias, nosotras que estamos haciendo esto. Creo que sería bueno que las mujeres puedan llegar a esos puestos que siempre están ocupados por los hombres, aunque no a todos. El Papa es representante de Dios, y aunque Dios no tenga sexo, Jesús, su hijo sí, y el Papa no podría ser mujer.
– Para Dios, ¿son iguales mujeres y hombres?
Si. Todos somos iguales para los ojos de Dios. Lo que cuenta son las acciones que uno tiene en la vida, si hace el bien a los demás o si hace el mal. Ni Dios ni la religión católica discriminan a nadie por su color o por ser hombre o mujer. Solo es necesario creer y vivir como Jesús nos ha enseñado.
– ¿Cómo ve su rol de trabajadora para Cáritas? ¿Tiene relación con el “ser mujer”?
Hago esto porque me gusta y lo siento. Es una manera de hacer algo por los demás, por los que menos tienen y que necesitan una ayuda. Nosotras no podemos buscarle trabajo a la gente o darle dinero, pero si les damos alimentos y ropa, y a todos aquellos que además sufren, los invitamos a que descubran a Jesús en misa, pero ya te he dicho, no predicamos ni enseñamos nada… Probablemente tenga que ver el que soy mujer, porque es como dar protección a una familia más grande.
– ¿Qué piensa con respecto a la igualdad promulgada por el Movimiento Feminista?
Hay cosas que están bien y otras que no. A algunas feministas se les va la mano. Y están las que defienden los valores de las lesbianas. Eso no lo entiendo. No digo que los homosexuales sean menos personas, pero eso no puede ser natural. Entonces, cuando dicen que hay que liberarse y ponen de ejemplo a las lesbianas, ahí no comparto nada. Que las mujeres voten, trabajen y puedan estudiar como los hombres me parece muy bien, pero no que traten de mostrar que la homosexualidad es libertad.
– Con respecto a la educación católica, ¿reciben la misma los niños y las niñas?
Si. Todos somos educados como hijos de Dios, como católicos que debemos seguir una forma de vida buena. Se trata de enseñar que con el amor todo se logra, como Jesús ha demostrado. La Biblia es para todos, para que todos la leamos y sigamos el camino que nos dice. Es una educación en el amor por Dios y por las demás personas.
Análisis de la Entrevista y Comentarios
Lo que podemos leer a simple vista, es la concepción religiosa que Maricarmen tiene tanto de la mujer, como de su relación con el hombre y la sociedad. A su vez, es partidaria de varios de los logros conseguidos por las mujeres en el transcurso de las últimas décadas y acuerda con la implementación de ciertas modificaciones en la estructura de la Iglesia.
Pero su idea acerca de la mujer se encuentra más cercana a la tradicional imagen de la femineidad presentada por la Iglesia Católica que a las visiones del Feminismo u otras teorías sociales, biológicas o psicológicas. A pesar que comparte el hecho que las mujeres trabajen, estudien y se desenvuelvan por sí solas, no lo hace en todos los ámbitos, ya que habría cierta “naturaleza” en las mujeres que las convierte en más aptas para las tareas que se relacionan con la familia y su cuidado. Algo parecido sucede en el caso de los hombres, aunque no he indagado en este tema. No sabemos cual es su “naturaleza”, pero sí cual no lo es. Maricarmen nos dice que los hombres no son tan buenos para el cuidado de los hijos y la familia y la manera de llevar adelante el ámbito doméstico. Esta forma de comprender los roles de los dos sexos es prácticamente la misma que nos viene llegando desde hace siglos por la transmisión de los ideales católicos. Por supuesto, las transformaciones sociales han sido enormes y no podemos trazar una analogía entre la Edad Media, por ejemplo, y el Siglo XXI, pero sí descubrir hilos conductores y cadenas de ideas que casi no se han modificado.
Igualmente, se puede entender que las mujeres tienen más desventajas que los hombres, ya que ellas no podrían hacer ciertas tareas y ellos no serían tan buenos para otras. Acá, notamos una diferencia que inclina la balanza del lado femenino hacia abajo. Aunque exista la igualdad entre los géneros para Dios y para la Iglesia, en la práctica de la vida real y social y en los ideales que los definen, la igualdad no está dada en todos los planos. Se trataría más bien de una igualdad de derechos, aunque un substrato natural o teológico esté marcando que en esencia, hombre y mujer no son iguales. Este tema será tratado ampliamente más adelante, pero quiero de todos modos mencionar esta concordancia.
Es importante destacar el lugar prominente que tiene la mujer para con la familia y su sostenimiento. Hay que mencionar el lugar que Maricarmen asigna a la mujer en relación con la procreación y los hijos. Hace hincapié en los nuevos modelos de familia y de mujer para hablar de la baja natalidad, como que éste no fuese un fenómeno social que abarca a todos y a todas, y no solamente debido a las mujeres y sus nuevos roles. En este punto, hace un llamamiento a la vuelta hacia los valores tradicionales familiares y matrimoniales, a fin de sostener esta sociedad cristiana. El Cristianismo ha sentado las bases para esta división de roles entre los sexos, demarcando el ámbito doméstico y privado para las mujeres y dejando el mundo público en manos de los hombres. Lo que aquí podemos descubrir es que hay acuerdo con los logros y conquistas de las mujeres, siempre y cuando no interfieran con el rol tradicional de cuidadora. Esta visión androcéntrica de la mujer y su naturaleza de dedicación a la familia, que sostienen las sociedades occidentales en su gran mayoría, hunde sus raíces en los comienzos del cristianismo, su afirmación en la Edad Media y, con anterioridad a esos periodos, se remonta al modelo socio-político de Grecia y el posterior Imperio Romano. Si estas ideas han llegado hasta nuestros días, no es solo porque los hombres hayan estado sometiendo unilateralmente a las mujeres, sino porque estas últimas han colaborado de alguna manera con la conservación de la división de roles y tareas. Las de Maricarmen son palabras de una mujer que se encuentra atravesada por los discursos de la religión cristiana y a su vez, vive la grandes modificaciones de la estructura social, las conductas de hombres y mujeres que tanto se han visto alteradas y su propia inclusión en el mundo público en su rol de trabajadora. Detectamos una tensión constante en el discurso, que por un lado afirma las conquistas de la mujer y por otro, intenta conservar el modelo tradicional de familia y matrimonio, junto al nexo que une a la mujer con la vida doméstica y familiar. Lo mismo podemos encontrar con respecto a su concepción sobre el feminismo. En este punto en particular, se reflejan varios prejuicios comunes en nuestra sociedad machista, donde se liga a este movimiento con una inclinación sexual, en este caso homosexual, y se lo tilda de exagerado. De este comentario, se desprende el fuerte anclaje que tiene el discurso hegemónico católico en hombres y mujeres, y cómo ambos sexos se encuentran cooperando para seguir manteniendo este modelo de sociedad que discrimina a las mujeres de muchos de sus espacios. El feminismo tiene el mismo estatuto para Maricarmen que los avances de las mujeres. Los defiende o apoya mientras no se conviertan en amenazas para la configuración social o la desafíen a través de nuevos valores y/o conductas.
Otro tema relacionado con el anterior es la no-naturaleza de la homosexualidad. Ésta, podría entenderse como una desviación de la naturaleza femenina o masculina, según sea el caso, lo que nos lleva de vuelta a la afirmación de la naturaleza de los sexos. Se puede identificar esta concepción con la promulgada por el catolicismo y su enseñanza a través de la Biblia. El ella se habla de la creación de la mujer para el hombre y la correspondencia entre ambos sexos como complemento de la humanidad. Dado este orden, no existe la construcción social y cultural de la sexualidad humana, sino una definición teológica de la misma. El hecho de nacer mujer u hombre determina la inclinación sexual, siendo la elección por el mismo sexo, desviada de lo natural que existe como base para el desarrollo de la sexualidad.
Al situarnos en la visión que tiene Maricarmen de la institución Iglesia, volvemos a topar con la tensión en el discurso. Por un lado, entiende que debería haber cambios en su estructura de poder, permitiendo a las mujeres acceder a puestos de decisión dentro de ella, pero siempre hay un límite que marca hasta donde deben llegar las mujeres. En este campo, no sería correcto que puedan alcanzar el lugar del Papa, ya que se encuentra ligado a la figura de Dios y, por ende, a la de Cristo. No es necesario un análisis demasiado profundo del estatuto de la sexualidad de Dios, para concluir que, aunque explícitamente se considere que no tiene sexo, no implícitamente se lo tiene por varón: el Padre, para ser más exacta en el término. Este supuesto, actúa en diferentes niveles teóricos, justificando en parte la exclusión de la mujer en las esferas de poder dentro de la Iglesia. Como ya he mencionado anteriormente, se puede distinguir aquí de que manera el sexo femenino ha apoyado, consciente o inconscientemente, el estatuto secundario de su rol, reproduciendo el discurso patriarcal y adoptando sus dictámenes. Si para Dios no hay diferencia entre hombres y mujeres, y ambos fueron creados a su imagen y semejanza, ¿por qué una mujer no estaría capacitada para ocupar el lugar del Papa y ejercer sus funciones?
Concluyendo con este análisis, que luego dará paso a una indagación teórica del tema, quiero señalar algunos aspectos de especial relevancia. La religión católica ha venido delimitando, desde hace milenios, el lugar de la mujer dentro de la sociedad y su estatuto secundario, como parte del sometimiento del que ha sido víctima. No quiero decir con esto que la religión por sí sola haya moldeado el concepto de mujer y lo que ello significa en el vivir y actuar de las personas. Sino que ha colaborado con otras estructuras sociales de poder para mantener este modelo social de división del trabajo y entre mundo público y privado, relegando a las mujeres a un segundo plano y manteniéndolas alejadas de los lugares de toma de decisiones, a la vez que se le ha denegado en algunas ocasiones, el estatuto de sujeto.
Las concepciones e ideas que Maricarmen sostiene, se encuentran claramente alineadas con aquellas que la religión cristiana postula, concordando en que existe una diferencia entre hombres y mujeres que impide que las segundas puedan desempeñar ciertas tareas y se vean, a su vez, abocadas a otras. Lo que este discurso denota es la transmisión, a través de la educación, la religión y los valores socialmente compartidos, de una cosmovisión patriarcal y androcéntrica que se viene sosteniendo durante siglos gracias a un doble movimiento: la explotación de la mujer por el hombre y el asentimiento o no reconocimiento de esta misma explotación por parte de las mujeres. La mujer es reprobada y/o discriminada tanto por hombres como por otras mujeres, y en ciertas situaciones, es tal la interiorización de este degradado lugar, que ellas mismas reproducen esa dominación de carácter masculino. Volvámonos sino, al rol de las Madres Superioras en los conventos de mujeres de los siglos pasados, y también de aquellos que se han prolongado hasta el anterior.
Las transformaciones acaecidas en el seno de las sociedades occidentales han producido diversas visiones de las mujeres y sus roles y han favorecido la inclusión de éstas en gran parte de las esferas de la vida pública y social, aunque todavía encontremos muchos rastros del sesgo androcéntrico en la definición de los sexos. Es importante, entonces, comenzar a establecer una educación no sexista para que las mismas mujeres puedan valorar su estatuto de mujer y darle un lugar igual al del hombre, y a su vez, que éste reconozca de hecho tal afirmación. Lo que se pretende lograr es que todas las personas tengan igualdad de derechos, libertades, participación y decisiones.
Comentario Crítico
Para abordar el tema elegido, utilizaré como marco teórico el feminismo y el construccionismo social, ya que los considero adecuados para el estudio de la relación entre la mujer y la religión.
Como fue anticipado en la Introducción, quiero hacer un pequeño recorrido por el largo camino que ha transitado la religiosidad en el ser humano para poder luego, centrarme en la religión católica en particular, y en su estrecha relación con la creación de los conceptos “mujer/femenino” y las implicancias que han tenido para el vivir de las mujeres reales en nuestras sociedades occidentales.
Si nos remontamos hasta las épocas prehistóricas de la humanidad, encontraremos que el campo de la religión no estuvo desde un principio presidido por un Dios o por muchos de ellos, sino que era una Diosa quien ocupaba el lugar central en las creencias de nuestros antecesores. Estudios antropológicos y arqueológicos avalan esta teoría, aunque existan también otras opuestas. No es mi intención tomar la teoría de la Gran Diosa para justificar un retorno a ella o el futuro/presente por el pasado, sino como idea que confirma que la religión es una construcción humana de carácter socio-cultural que responde a intereses políticos y económicos, además de dar sentido al mundo y explicar aquello que no se conoce o domina. No pretendo tampoco ejemplificar la superioridad de la mujer trayendo a cuenta que Dios, antes de ser tal, fue Diosa, como podrían hacer ciertas corrientes dentro del feminismo. Lo que me interesa estudiar es la vinculación de la religión con las necesidades socio-políticas y económicas de una comunidad y contexto particulares para dar cuenta de la vida social, con sus estructuras y relaciones de poder. Por esto, voy a desarrollar brevemente la transformación de la Diosa hacia el Dios.
Los primeros esbozos mitológico-religiosos de la humanidad tuvieron como centro de atención a una deidad femenina, la cual acaparaba los poderes y misterios de la vida. Se la relacionaba principalmente con el origen del mundo, siendo varias veces aludida como la Diosa Madre. Independientemente de las diferencias que debieron de existir entre las culturas que desarrollaron este tipo de religiones, aportando cada una de ellas sus particularidades coyunturales, cabe mencionar que gran parte de lo que hoy es Europa, Medio Oriente y Asia presentan características similares en cuanto a la adoración de figuras femeninas. Por supuesto, esta manera de conceptualizar el mundo no es sino con implicaciones en la vida material de la sociedad, donde las mujeres también tenían un rol central en las tareas de la comunidad. La división del trabajo según el sexo operaba en las sociedades prehistóricas, siendo el rol más activo el de las mujeres en las sociedades pre-agrarias. Aquellas se desempeñaban en la recolección y manutención de la familia, además de la crianza y cuidado de los hijos. El hombre, por su parte, se dedicaba a la caza por sus características corporales y al poder alejarse de la comunidad, pero el sustento del grupo dependía de la actividad de las mujeres. Pero a medida que la población fue aumentando y el sistema de la agricultura prosperando, cambiaron las necesidades y los hombres comenzaron a ocuparse de las cosechas, mientras las mujeres quedaban más relegadas al interior de la familia, siendo también mayores las necesidades en este ámbito. De esta manera, las sociedades fueron adaptándose, según las necesidades económicas y de control que se iban suscitando. A su vez, la Diosa fue perdiendo su anterior importancia, mientras los Dioses comenzaban a ocupar su lugar, desplazándola a roles secundarios, el mismo movimiento que se ha producido en la sociedad humana. No quiero explayarme ampliamente en este tema, ya que el lector puede encontrar bibliografía, pero quiero sí resaltar la concordancia entre los cambios religiosos y sociales, los cambios que afectaron los roles de mujeres y hombres en la esfera mitológica y la terrenal. Este rastreo histórico no defiende la superioridad de un sexo sobre otro, sino que intenta demostrar que la religión y su estructura, como cualquier otra actividad humana, depende del marco en el que se encuentre y se adapta a él, a la vez que es transformado por éste y los cambios sociales. No es más que una representación del mundo que los seres humanos tienen en determinado tiempo y geografía específicos, y responde a los intereses del grupo en cuestión. El modelo matriarcal, si podemos de alguna manera llamarlo así, se adecuaba a la vida de las primeras comunidades, tanto por sus características poblacionales, como económicas y familiares, proporcionando un marco de sentido al acontecer cotidiano, mientras que el pausado desplazamiento hacia el patriarcado responde a cambios en las citadas áreas. Tampoco significa una evolución tomada como estadíos a superarse, sino que habla de transformaciones estructurales en la producción de bienes y su distribución, las jerarquizaciones que se fueron creando alrededor de aquéllas y la división de los trabajos según variadas especializaciones. Algunas particularidades biológicas y físicas de cada uno de los sexos fueron relacionadas con determinadas tareas sociales, que a raíz de los mecanismos culturales de reproducción y transmisión de hábitos y costumbres, fueron delineando el perfil ocupacional de los géneros. Esto sustenta la idea acerca de que la biología no es la base sobre la cual se cimientan las diferencias entre los sexos, ya que no se podría sostener que las mujeres hayan desempeñado tareas que se señalarían como “masculinas”. No obstante, cabe recordar que el dato a estudiar no es el hecho biológico en sí mismo, sino la connotación que adquiere para una determinada cultura, ya que nuestra forma occidental actual de entender el cuerpo poco tiene que ver con las representaciones que manejaban hombres y mujeres varios milenios atrás. No alcanza el conjeturar que el parto determina a la mujer al espacio doméstico, sino que hay que dirigir la atención al estatuto que se le otorga social y psicológicamente, siendo esta interpretación simbólica la que determina los papeles y espacios para cada sexo en relación, por ejemplo, al parto y la crianza de los hijos. La religión, que es resultado de la misma actividad humana que le otorga sentido, se encuentra en conexión con el resto de creencias, que son las que sustentan el modelo social. Son los mismos integrantes del grupo quienes dan el lugar de autoridad y prominencia a las creencias religiosas, aunque luego este proceso se pierda en la naturalización de los mitos y éstos pasen a tomarse como realidades en sí mismos o poseedores de la verdad sobre la vida y la muerte. Es decir que no podemos justificar los roles sexuales apelando a la biología o la religión/mitología, sino que debemos centrarnos en la construcción social que de ellos se hace.
La Diosa así desplazada y el advenimiento del Dios nos hablan de cómo los hombres y las mujeres significaban su mundo, simbolizándolo primero en una deidad femenina que respondía a los intereses del momento, para luego entenderlo a través de deidades masculinas. Claro que esta transformación no se realizó sino con grandes movimientos sociales -dinámicos y estructurales- que fueron dando forma a las creencias sobre los roles sexuales y la religión y su mutua determinación. Por lo tanto, toda voz que proclame que la diferencia entre los géneros tiene un fundamento teológico-religioso, lo hace desde una posición que ha reificado esos fundamentos, quedando vedada la construcción humana que hay detrás de los mismos.
El siguiente paso es un intento para buscar estos mecanismos y procesos en los sistemas griego y romano, para luego centrarnos en la formación de conceptos alrededor de los sexos por la Iglesia Católica.
La Democracia, tal como era entendida en Grecia, no se corresponde con el concepto que hoy manejamos, ya que no todos los ciudadanos eran calificados como tales. Mujeres, esclavos, extranjeros y otros no-sujetos tenían impedido el acceso a la participación pública, por no poseer la misma capacidad para la toma de decisiones que los hombres griegos y libres. Por tanto, la democracia era para unos pocos que decidían por las mayorías, que no disponían de representación. Aristóteles, cuyas ideas misóginas han influido en el pensamiento occidental en general, proponía una naturaleza diferente e inferior de la mujer con respecto al varón, por lo que ella debía dedicarse a los asuntos domésticos y familiares, por no ser su capacidad la apropiada para los asuntos públicos, en los cuales los hombres sí se desenvolvían plenamente, gracias también a su naturaleza superior. Es importante tener en cuenta la estrecha vinculación que han tenido en el desarrollo de la concepción de la mujer en la cultura griega la mitología y la religión con las estructuras políticas y de poder. Se puede decir que las relaciones y diferencias entre los géneros en la vida humana reproducen de alguna manera, aquellas dadas en la vida de las divinidades griegas. Zeus, la más importante divinidad Olímpica, comporta características de superioridad y racionalidad con respecto a las anteriores divinidades femeninas, dando lugar así a la creciente importancia de los hombres sobre las mujeres. Se va conformando de esta manera el terreno, en el plano mitológico y religioso, para la subordinación de las mujeres con respecto a los hombres, que luego se traducirá también en el plano social y material. A pesar del valor de Atenea, ella y las demás diosas sólo cumplen algunas funciones dentro de la estructura del Olimpo, mientras que los dioses ejercen todo tipo de actividades. Esta interpretación debe entenderse dentro de una cultura misógina, que moldea las creencias religiosas con el mismo tono, y las que a su vez originan conductas del mismo tenor en la sociedad humana. Los dioses podían subyugar a mujeres y diosas, pero la relación inversa no se producía. La virginidad era un rasgo destacado en varias de las diosas, y la fidelidad en otras de ellas, pero los dioses podían disponer de quienes su apetito sexual desease, aunque su víctima se negara. Hoy en día, estas representaciones siguen ejerciendo su influencia en nuestra sociedad, que todavía condena ciertas conductas en las mujeres, mientras que las mismas, realizadas por hombres, se consideran muestras de su masculinidad. Parece claro entonces que la diferencia entre mujeres y hombres se sitúa en varios planos, conformando así una concepción que busca su última explicación en la religión, la que íntimamente ligada al poder político, sostiene y justifica las desigualdades e inequidades. La mujer debe guardar fidelidad al hombre, respetarlo y obedecerlo, aunque esto suponga el sometimiento y la renuncia a la propia libertad como sujeto. Por supuesto, el hombre no tiene las mismas obligaciones para con la mujer.
Volviéndome ahora hacia la religión en Roma durante el Imperio, quiero recordar la incorporación de deidades, costumbres y tradiciones griegas que se han acomodado a las preexistentes. Tales movimientos no han sido sino con modificaciones y transformaciones, pero muchos de los temas ya tratados se repiten en el mundo romano. Las mujeres no gozaban de más libertades de sus respectivos pares de Grecia, sino que también veían su vida circunscripta al mundo de la vida domestica. Hay que destacar que la gran cantidad de ritos y religiones que existieron durante este periodo dio lugar a más de una interpretación de lo femenino, pero seguimos situados en un mundo donde la mujer escasea de poder. Quisiera solo nombrar un ejemplo para argumentar acerca de la posición de la mujer en la sociedad romana y su relación con la religión. Las Vestales, jóvenes vírgenes que debían cuidar del fuego del templo para que nunca se apague, cumplían un papel de importancia dentro de la religión, ya que se las hacía responsables de cualquier catástrofe que pudiese suceder en la vida romana. Aunque disfrutaban de varios derechos que solo compartían con algunos hombres, si su conducta era puesta bajo sospecha, podían hasta sufrir la pena capital. De esta manera, es una mujer quien se alza como depositaria de los males de la sociedad y actúa como chivo expiatorio. Si su castidad era quebrantada, se perdían batallas o cosechas, pero no se debían a una mala estrategia de los mandos militares ni a las inclemencias climáticas, sino al mal comportamiento de las mujeres o al de alguna de ellas en particular.
Lo que quiero subrayar con este breve análisis es el estatuto otorgado a la mujer en las sociedades que dieron lugar al desarrollo de la religión cristiana y la forma en que han modelado e influido en la concepción de la Iglesia sobre lo femenino. La filosofía y el pensamiento griegos han dado forma al mundo occidental, de tal manera que resulta bastante difícil salir de estas interpretaciones para situarse en otra perspectiva y comprender la sexualidad humana de manera diferente. El rol secundario de las mujeres, su natural inferioridad y su vinculación estrecha con el espacio doméstico, se ha venido sosteniendo y recreando en estas culturas que nos anteceden, hasta llegar a nuestros días donde el sometimiento se perpetua. Han cambiado los basamentos para esta diferencia, siendo filosóficos, divinos o biológicos, pero el hecho de que el ser humano construya su mundo y lo que él significa parece no ser tenido en cuenta en la creación del sistema de los sexos/géneros.
Para no extender mucho más el tema, quiero ya ir introduciendo la concepción cristiana de la mujer durante la Edad Media y las consecuencias que de ella se derivan.
El Imperio Romano ha dejado de ser lo que fue y se ha transformado en un Imperio Católico, donde poder político y eclesial se encuentran estrechamente ligados. La teología toma el relevo del pensamiento filosófico y las cuestiones giran ahora en torno de Dios y sus misterios. Las ciencias se subordinan al estudio de la religión y no pueden desafiarla en sus axiomas. Veremos ahora como los prejuicios mantenidos durante las épocas griegas y romanas vuelven a aparecer en el mundo cristiano, aunque con matices típicos de esta cosmovisión. La mujer sigue teniendo su estatuto secundario, ligada a la vida familiar y excluida del mundo público y del conocimiento.
Quiero centrar la atención en la lectura de la Biblia hecha por los estudiosos católicos y varones, que habiendo realizado varias interpretaciones sobre la misma, las han presentado como la palabra revelada y transmitida por Dios. Los relatos de la creación de Eva por medio de una costilla de Adán y la introducción del pecado en el mundo por ella provocada, han sustentado las ideas sobre la inferioridad natural de la mujer con respecto al varón. En la Edad Media, donde la teología tuvo un amplio desarrollo y acaparó gran parte de los conocimientos de la época, estos dos temas han sido citados por los pensadores para propagar ideas descalificadoras sobre el sexo femenino. Por ejemplo, se puede mencionar el concepto del “binario psicológico”, que explica que la parte superior de la razón se identifica con vir y la inferior con mulier. La primera, se relaciona con la inteligencia, mientras que la segunda lo hace con la sensibilidad. De esta manera, el sometimiento está justificado en la palabra misma de Dios. De aquí, hay solo un paso para relacionar al hombre con la inteligencia y la razón, superior a la mujer, y a esta última con la inferioridad de la sensibilidad. Es esta distinción la que ha dado lugar también a la relación entre hombre-cultura y mujer-naturaleza. Como el hombre, en su expresión genérica, domina a la naturaleza por su superioridad y raciocinio, así lo hace el varón con la mujer. La mujer representa a la naturaleza que debe ser dominada y sometida para servir al hombre, que como ser culturalmente superior tiene las herramientas y el deber moral de hacerlo. Nuevamente aquí nos encontramos con factores biológicos que, a través del valor social que han adquirido, sustentan ideologías patriarcales discriminatorias, que apelan a ciertas funciones físicas como otro fundamento más para el sostenimiento de la diferencia. Esta idea encaja muy bien con aquella que acentúa la pecaminosidad fundada en el supuesto afán de seducción de las mujeres, apoyándose mutuamente para reforzar la imagen “natural” de lo femenino. Pero como estas clasificaciones no solo clausuran, sino que además habilitan lugares, resalta las aptitudes de las mujeres en relación a la maternidad, máximo logro al que pueden aspirar y lugar de realización como seres humanos.
Por supuesto, es ésta una interpretación de la Biblia, ya que otros teólogos han utilizado el mismo concepto del binario psicológico para referirse a la igualdad entre los sexos en el plano del alma, donde ambos son imagen de Dios. De más está decir que fue la interpretación explicada la que ha prevalecido, naturalizando la desigualdad y dictaminando la asimetría entre los géneros. Este binario se relaciona también con la idea de la racionalidad e inteligencia en cascada, según la cual Cristo es la cabeza del hombre, y el hombre de la mujer. Por esta razón, aunque no la única, las mujeres tenían que usar el velo, el que representaba la sujeción al esposo el sometimiento a él. Además, como la mujer se hallaba interconectada con el pecado, debía de cubrirse para no tentar a los hombres, y en especial, a los clérigos. La mujer, desde Eva, debe estar sometida al varón, por haber sido quien lo tentó y condujo a ambos a la expulsión del Paraíso. De allí que se la califique negativamente y más culpable que al hombre, ya que el Diablo la ha elegido por su debilidad frente a su compañero. Parece claro dentro de esta lógica, que un ser de tamaña naturaleza no pueda representar a Dios ni a Cristo ni a la Iglesia, ya que no es digna de tal, más que como sierva de ellos. Así, las mujeres son excluidas del conocimiento, la participación y los lugares de poder dentro de la estructura de la Iglesia Católica. Para servir a Dios debe internarse en un convento y dedicar la vida al sacrificio. De esta forma, se apela al fundamento natural, y en última instancia divino, que sustenta la desigualdad en el sistema de sexo/género, indicando que el varón ha sido concebido por Dios en primer lugar, y la mujer, a partir de aquel y como complemento/ayuda para la reproducción. De esto se deduce que la mujer corresponde a un rango inferior, ya que su papel es secundario en la Creación.
Así como se va delineando la posición de la mujer dentro del mundo católico y todo aquello a lo que no puede acceder por su condición inferior, también se va dando forma a lo que será la esencia femenina y las tareas que sí puede realizar por la propia naturaleza de su sexo. Ellas no podrán tener autoridad ni poder en la estructura jerárquica de la Iglesia y la sociedad, pero sí dentro del hogar y el espacio privado, al que deberán brindarle protección y cuidado, pero siempre aceptando la palabra del hombre como la verdad. La entrega desinteresada, el sometimiento y la devoción a la Iglesia y el régimen patriarcal, serán señaladas como las características fundamentales de las mujeres, aquellas que las definen como tales y a las que deben atenerse sin más. Vemos de esta manera como se perfila un doble movimiento que delimita y crea los espacios y aptitudes relacionados con el género femenino. Así, la discriminación sufrida en el ámbito público y del poder se ve compensada con su labor de cuidadora en el doméstico, trayendo siempre a cuenta la justificación natural y divina que ello conlleva.
Lo importante de este recorrido histórico, es poder reconocer en nuestro tiempo muchas reminiscencias y actualizaciones de estos supuestos que siguen actuando para sojuzgar a las mujeres y dominarlas. A pesar de los logros conseguidos en el siglo XX y los cambios sociales a escala mundial, se han mantenido algunos conceptos que siguen ejerciendo su influencia para mantener a las mujeres alejadas de los lugares relacionados con el poder y las decisiones, desplazándolas hacia las ocupaciones secundarias y menos valoradas en la sociedad. Estas concepciones se han transmitido a través de las creencias religiosas, entre otras, que como tales, basan sus justificaciones en el misterio de Dios y la Fe, basamentos y axiomas últimos que no pueden ser puestos en cuestion. No se trata por supuesto de discutir la existencia o no de un Ser Supremo y sus cualidades, sino de destacar que todo lo que gira alrededor de este tema es creación humana, y como tal puede ser modificado. Aquí es donde podemos visualizar la gran rigidez de la Iglesia Católica, ya que no quiere ceder sus lugares de poder y de toma de decisiones a las mujeres que forman parte de ella.
Este dominio de los hombres sobre las mujeres ha continuado durante la Modernidad hasta llegar a la actualidad, aunque con algunas diferencias, pero los fundamentos no han cambiado demasiado, y en aquellos casos que pareciesen ser diferentes, podemos hallar que solo se trata del mismo axioma representado por otros términos. Cuando la Razón y la Ciencia remplazaron a la Teología, ya no había lugar para la diferencia divina, pero sí lo seguía habiendo para la natural, la que algunas filosofías han defendido. Aquí se han retomado las ideas aristotélicas, desde las que se concebía a lo femenino como lo masculino malogrado. Era la imperfección la que jugaba su papel definiendo los sexos. Esta idea no nos ha sido legada sino con deformaciones, pero se mantuvo justificando la relegación de las mujeres a la vida familiar mientras que sostiene la idoneidad de los hombres para la vida pública. Este sistema patriarcal de organización social no solo segrega a las mujeres como grupo marginal, sino que divide la vida humana en categorías duales: ricos y pobres, blancos y de color, buenos y malos, civilizados y salvajes, entre otros. La religión, actuando desde los lugares de poder y en concordancia con el sistema socio-político, mantiene y recrea las condiciones para que esta marginación se reproduzca dentro de la comunidad. Mientras sostiene un discurso de igualdad, impide que la misma se realice en la realidad de los sujetos, confinando a los creyentes a una vida de sacrificios para lograr, en la siguiente y eterna, todo aquello que el paso por la Tierra les ha imposibilitado. Dadas estas condiciones, quienes se encuentran en las peores situaciones son quienes más deben sacrificarse, ya que por medio de esta práctica –el sacrificio y la entrega- se purifican las almas, esperando la buenaventura del más allá celestial. Las mujeres, por ser particularmente más pecadoras y culpables que los hombres, se encuentran entre estos grupos.
Bibliografía
– Amorós, Celia: Hacia una crítica de la razón patriarcal, Editorial Anthropos, Barcelona, 1985.
– Amorós, Celia: Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad, Ediciones Cátedra, Madrid, 1997.
– Berger, P.L., Luckmann, T.: La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires, 2003.
– Gebara, Ivone: El rostro oculto del mal. Una teología desde la experiencia de las mujeres, Editorial Trotta, Madrid, 2002.
– Lorber, Judith and Farrell, Susan A.: The social construction of gender, Newbury Park, SAGE Publications, 1991.
– Marsá Vancells, Plutarco: La mujer en el cristianismo, Ediciones Torresmozas, Madrid, 1994.
– Osborne, Raquel: La construcción sexual de la realidad. Un debate en la sociología contemporánea de la mujer, Ediciones Cátedra, Madrid, 1993.
– Pomeroy, Sarah B.: Diosas, rameras, esposas y esclavas. Mujeres en la antigüedad clásica, Ediciones Akal, Madrid, 1987.
– Rodríguez, Pepe: Dios nació mujer, Liberdúplex, Barcelona, 1999.
– Saranyana, Joseph-Ignasi: La discusión medieval sobre la condición femenina (Siglos VIII al XIII), Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca, 1997.
– Schüssler Fiorenza, Elisabeth: Cristología feminista crítica. Jesús, hijo de Miriam, profeta de la sabiduría, Editorial Trotta, Madrid, 2000.
– Scola, Angelo: Hombre – Mujer. El misterio nupcial, Ediciones Encuentro, Madrid, 2001.